La Uni ha sido bastante pesada los últimos meses. Tengo dos seminarios con un profe medio loco, que cree ser el único que nos asigna proyectos. La semana pasada por ejemplo, tuvimos que formar equipos de cuatro integrantes y planear el diseño de una villa veraniega ¡en sólo cinco días! Se le olvida que tenemos también otras asignaturas, por no mencionar curro. La vida privada la puedo ir olvidando. ¡Qué pesar!
Desde el primer semestre me toca currar cuatro días a la semana, dos entre semana y los fines. En los turnos entre semana, inmediatamente después de salir de la última clase (al rededor de las seis de la tarde), corro al bar „La mal querida“, dónde gracias a Carlos (un colega del Cole), he encontrado un trabajo como camarero. Aunque la paga no es la mejor del mundo, el trabajo mola. Conozco nuevas personas cada día y afortunadamente tengo el primer turno, por lo que cerca de media noche tengo libre. Entre que me bebo una cerveza para calmar los nervios y tomo el camino a casa, me dan pasada la una de la mañana. Un par de horas de sueño (si es que no tengo tarea pendiente) y al día siguiente debo estar en clase de nuevo.
Hace dos semanas sucedió algo interesante. La última clase fue cancelada y tuvimos dos horas extra libres. Caminaba con mi amigo Carlos hacia la Plaza „—“, donde quedamos de vernos con Carla y Sofía, unas chicas que conocimos en el trabajo. Como teníamos un poco de tiempo extra, decidimos entrar a un casino que se encontraba justo enfrente. Ninguno de nosotros había jugado antes, pero decidimos probar suerte. Debo confesar que el sitio me pareció demasiado ruidoso y pesado, sobre todo a la vista. Todo era luminoso y un ataque directo a los nervios. Carlos se postró enfrente de una tragaperras y comenzó a jugar con las monedas que tenia en los bolsillos. Yo me dediqué únicamente a observar y animarle después de que perdió casi 15€ en tan sólo cinco 10 minutos.
Dimos una vuelta por el lugar y vimos que estaba a medio llenar. La gente no sólo jugaba a las tragaperras, sino con otro tipo de juegos, cuyo nombre conocí después de una búsqueda en Internet: Ruleta, BlackJack, Baccara, Bingo, Craps, entre otros. Me llamó la atención ver que, mientras algunos jugadores gritaba de júbilo, otros se lamentaban en silencio o maldecían en voz alta. Un interesante contraste de emociones en un sólo lugar.
No permanecimos mucho tiempo más en el casino. Salimos rumbo a la plaza y nos sorprendimos al ver que nuestras citas ya se encontraban en la plazuela. Fuimos a cenar (tuve que prestarle a Carlos los 15 pavos que perdió en el casino) y dimos una caminata por la ciudad. Esa fue una noche muy bacana.