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Después de bastante tiempo sin novedades, esta mañana pensé que era un buen día para actualizar de nuevo este blog que con tanto cariño inicié. Las cosas por esta ciudad siguen parecidas y yo he regresado a la Universidad porque lo cierto es que se está muy bien estudiando. A pesar de lo mucho que puede cambiar mi vida, lo cierto es que parece que doy vueltas en círculo.

He tenido incontables aventuras durante los últimos años, pero al final la cabra siempre vuelve al monte y, a pesar de lo que les pueda parecer a muchos, mi dinero es mi dinero y hago con él lo que quiero. Al fin y al cabo, ser trabajador y a la vez estudiante en este país es un reto muy complejo que me enorgullece poder llevar a cabo.

Quería entonces, con esta pequeña entrada, hablar de mi experiencia entre los estudios. Muchos pensarán que estoy loco, pero me aventuré a ayudar como voluntario en Europa durante todo un año.

El comienzo de mi etapa europea

Como estudiante de antropología, decidí que ya iba siendo hora de aprender un poco sobre otras culturas, conocer más mundo y más gente. Al fin y al cabo, lo que más me ha gustado siempre es hacer nuevos amigos y amigas en todos los sitios a donde he ido. Lo cierto es que me estoy ganando un montón de amistadas de distintas procedencias y a este paso, si quiero visitarlas a todas, ¡casi podré dar la vuelta al mundo!

El voluntariado lo realicé en Bielorrusia, en la capital llamada Minsk. Lo cierto es que cuando aterricé, con unas ganas tremendas de llegar (nunca antes había permanecido tanto tiempo seguido en un medio de transporte), me encontré con lo que a todas luces iba a ser una experiencia totalmente diferente a lo que estaba acostumbrado.

En Estados Unidos, todo el mundo tiene una mala imagen de Rusia, todo el mundo lo asocia con el comunismo y los malos de las películas, pues yo decidí irme a Bielorrusia, que me imaginé que sería similar. Lo cierto es que las primeras impresiones fueron totalmente como me imagino Rusia, aunque probablemente sean sitios muy dispares. Siendo sincero, tenía algo de miedo de cómo me trataría la gente por venir de los Estados Unidos, pero la primera persona que me encontré en el aeropuerto ¡era precisamente de Estados Unidos!

Aquello me pareció muy loco, pero estuvimos hablando de camino a mi residencia y me tranquilizó contándome sus experiencias. Resulta que él volvía de sus vacaciones, vivía y trabajaba en Minsk y me dijo que no tendría ningún problema con la gente local y que las personas más jóvenes no tendrían demasiados problemas para comunicarse conmigo en inglés.

El desarrollo del voluntariado

Nada más llegar, conocí a mis compañeros de piso. También serían mis compañeros en el voluntariado, ya que aquel servicio ofrecía alojamiento, transportes y algo de dinero para nuestros gastos personales. Lo cierto es que no eran de aquella zona, había una mayoría portuguesa, también de Italia, España y Georgia, pero al llevar ya un tiempo en Minsk, se les veía totalmente adaptados.

Lo primero que hicieron fue recibirme y ofrecerme un montón de alcohol. Yo pensaba, después de haber pasado un tiempo en la universidad, que me centraría y comenzaría a trabajar, pero mi primer día en la oficina fui con una señora resaca. No importó demasiado porque me dejaron unos días de acompasamiento y adaptación. Nos dedicaríamos a rellenar formularios e inscripciones en diferentes eventos culturales de la ciudad, al menos de momento.

Más adelante, tuvimos que organizar teatros, veladas de cine y un montón de talleres de trabajo para ayudar a gente y dar espectáculos entretenidos. Me pareció un proyecto muy bonito y conocí gente de todas partes del mundo. Además de ello, me dio tiempo de conocer otros países de aquella zona, viajar a dedo, seguir conociendo gente e incluso aprender un poquito de ruso y bielorruso.

Siendo sincero, no aprendí gran cosa de aquel difícil idioma. Lo mínimo como para comprar en los supermercados y pedir perdón cuando me chocaba con alguien por la calle, pero aprendí a escribir mi nombre con caracteres cirílicos, lo cual me pareció todo un logro y más adelante incluso a leer ciertos carteles o los menús de los restaurantes.

Minsk me pareció una gran ciudad, mucho más barata que cualquier lugar de Estados Unidos, por lo que el dinero que guardaba ahorrado fue mucho más efectivo de lo que habría sido en otro sitio. Además de ello, siempre que me vinieron a visitar amigos o familiares alucinaron con el nivel de vida que se podían permitir a cambio del dinero que se gastaban en el viaje. En cualquier caso, el dinero no lo es todo y no es lo único por lo que recomiendo un viaje como el que hice yo. Lo importante es ir con una sonrisa puesta allá a donde vayas y siempre conseguirás todo lo que te propongas, esa es mi lectura de la vida.