No quiero engañar a nadie, si algo soy en esta vida, eso es sincero. Quería contarles mi última experiencia en uno de los juegos de mesa más famosos, populares y conocidos de todos los tiempos. También quiero remarcar que no soy ningún experto, pero sí un gran aficionado al póker. En la universidad siempre se han organizado timbas en las que el dinero (a pequeñas cantidades, eso sí) se apostaba sin cesar, el alcohol corría y el desenfreno se apoderaba de los jóvenes inexpertos.
Los primeros años de universidad son muy así, pero uno que ya tiene experiencia como yo, sabe cuándo declinar una bebida, cuándo tirarse un farol y cuándo fanfarronear delante de los espectadores y los demás jugadores. A un jugador de mi nivel, se le comenzaban a quedar pequeños esos eventos de principiantes y busqué un día para enfrentarme a un reto a la altura y ¿saben qué? Salí ganador, mucho más de lo que me esperaba.
Lo cierto es que me arriesgué, pero en este juego eso hay que hacerlo siempre. Yo era el único mayor de 21 años y buscamos un torneo que se organizara dentro de Greencastle para darle salida a mis ambiciosas inquietudes. Mentiría si dijera que la idea no surgió después de tomar un par de copas, pero a veces es en esos momentos cuando se toman las mejores decisiones de la vida.
Agarramos un coche y nos fuimos quemando rueda hasta donde se realizaba aquel torneo, lo cierto es que al llegar nos relajamos un poco. Nos habíamos vestido con las ropas más elegantes que teníamos pensando que seríamos los payasos del lugar y cuando llegamos parecía que éramos los únicos que regresaban de una boda. Después de reírnos de la situación, nos figuramos que era un torneo amistoso, no habría profesionales implicados y las apuestas no serían demasiado cuantiosas, lo cual fue un respiro y a la vez una pequeña decepción.
Qué aprender de mis partidas
A decir verdad, cuando las ciudades no son tan grandes, estos eventos suelen ser más relajados. Algo que me otorgaba mucho a mi favor, además del traje, era que nadie me conocía y entre ellos sí parecían haber coincidido más veces. Aquello era un arma de doble filo porque el hecho de conocer a tus rivales puede jugar a tu favor, pero también el de no ser nada más que una incógnita a ojos de tus oponentes y eso es lo que intenté.
Las salas eran grandes, se realizaba en una nava con diferentes recintos y mesas de juego, además también contaban con máquinas y salas de juegos en línea donde se podía apostar dinero real. Por otro lado, se podía practicar contra el personal y había lectores de noticias y zona WiFi. También contaba con una barra donde pedir consumiciones y una pequeña estancia con mesas donde comer. Allí realizamos el descanso, la mayoría de jugadores se habían traído comida casera y el pedir al local me otorgó también unos puntos de categoría.
Con lo joven que era yo, y todavía más mis acompañantes, todo el mundo se pensaba que debía ser un joven mafioso profesional o algo por el estilo. También organizaron una serie de divertidos eventos y torneos y partidas de ring sin parar, que ayudaban a los jugadores menos experimentados a iniciarse en el mundillo sin arriesgar nada de dinero real. Allí fue donde dejé a mis amigos, aunque de vez en cuándo se asomaban para ver qué tal me iba a mí en el torneo.
En cuanto comenzamos, lo primero que hice fue estudiar a mis rivales y actuar con prudencia. No quería parecer demasiado derrochador, por lo que no arriesgaba demasiado en un principio, pero mi estrategia se basó en la ambivalencia. Cuando la gente pensaba que ya me había calado y veían que tenía un comportamiento metódico, siendo precavido y ahorrativo, de repente me volvía atrevido y atacaba con fuerza subiendo apuestas y arriesgando mi dinero.
Honestamente, esto me causó algún que otro susto, pero a la larga me salió bien. Otra estrategia que seguí es la del silencio. Procuré estar callado la gran parte de mi partida, solo hablaba cuando era estrictamente necesario y así no ofrecía ningún tipo de apertura a mis contrincantes, para que no me pudiesen leer las intenciones.
Lo cierto es que, para tratarse de un torneo amistoso, me sorprendió mucho el nivel. La gente sabía lo que se hacía y el hecho de que hablasen entre ellos, se conociesen, dijesen sus debilidades en voz alta y se distrajeran entre ellos, me vino de perlas. Agradecí no haber acudido al tipo de torneo de alta gama que me imaginaba en un principio, sobre todo porque al terminar la noche… ¡Había recibido casi tres veces la cantidad de dinero con la que llegué al local! Con esto, queridos lectores, creo que hemos aprendido que hay que saber controlar nuestros impulsos, pero también seguir nuestros instintos.